Hoy he despedido a un amigo. Despedido para siempre en la tierra.
Un amigo que no tenía edad para morir. Nunca es edad de morir, salvo cuando has vivido lo suficiente y estás preparado para ello. Pero no es el caso. Es el caso de una muerte inesperada, aún muy joven, aún con mucho por hacer. Una muerte sin aviso, para la que no estamos preparados. Una muerte sin sentido. ¿Porqué, esto?
Las preguntas de este tipo se agolpan en la cabeza de todos los que lo conocimos… Pero, de pronto… me doy cuenta de que ninguna muerte tiene sentido, ¡lo que tiene sentido es la vida!. La vida de mi amigo, lo que hizo, lo que nos enseñó, lo que nos dio, lo que compartió con nosotros. Sus días buenos, sus sonrisas, sus cantes, su pasión por los caballos, por los animales y por las personas, a las que sabía querer como pocos. Era un maestro en eso de demostrar a los demás que los apreciaba, que los quería y les hacía sentirse queridos.
Todo esto es lo que tiene sentido. Todo esto es lo que cambia el porqué de la muerte, por el PARA QUÉ de su vida. Para él y para nosotros, su vida tuvo todo el sentido. Y lo seguirá teniendo. Su huella imborrable en cada uno de nosotros será aquello que aprendimos de él. Aquello que nos hizo entender sin darnos cuenta de que nos cambiaba y nos hacía ser un poco más humanos, mejores en nuestro trabajo, mejores luchadores por la vida. Esa forma de saborear la vida que tantas veces nos demostraba a pesar de los pesares. De esta forma él se ganó el derecho a seguir vivo en nosotros. De esta forma, cada vez que hagamos algo que el nos enseñó, que nos comportemos de la forma que a él le gustaba, que cantemos sus canciones, que vivía como si fuesen de su puño y letra; seguirá vivo.
Seguramente ningún libro de historia obligará a ningún estudiante a aprenderse su vida. Pero habrá muchas personas en las que estará presente en la historia de sus vidas, en su día a día. Y les dará fuerzas para luchar, para vivir, para disfrutar. Para así, también, dar sentido a sus vidas.
GRACIAS AMIGO.